La música no sirve para nada. Pero que mucho nos obsequia…

Para concretar un modelo robusto de educación musical escolar que satisfaga a toda la comunidad educativa es preciso creer firmemente en el principio de que la exposición a la música es un derecho humano. Edgar Willems (educador musical belga) decía que la música no necesitaba de defensores. En su personificación del arte musical se decantaba por la obra y sus contextos como el mejor ejemplo de su calidad.  Es decir que, las aportaciones del hacer musical obtendrían su valor de acuerdo con el significado que cada ser humano participante le imparta. La justificación de la pertinencia de esta materia en la escuela no puede sentar sus bases principalmente en la sublimación de los supuestos beneficios (sirve para…) que adquieren otras áreas de conocimiento mediante la práctica musical. Cada día se hacen más boca fácil las afirmaciones sobre la alegre evolución de las destrezas en lectura y escritura, las matemáticas y el lenguaje, entre otras materias, gracias a la exposición a la música sin tomar en cuenta que la música es un bien en sí misma y no necesariamente para servir a otros propósitos. Hacer acopio de investigaciones de dudosa fiabilidad, como, por ejemplo, las del tipo del Efecto Mozart, obstaculiza la identificación y visualización de otros argumentos que con mejor y mayor oportunidad podrían respaldar acertadamente la inclusión definitiva de la materia musical en el currículo básico de la escuela. Es más, podemos afirmar que la educación en general no debe intentar formar humanos definidos en lengua, matemática o en música sino en presentar posibilidades en el desarrollo del conocimiento y oportunidades de descubrimiento.

La educación musical recibida en los años escolares define la calidad de la participación en actividades musicales durante la edad adulta: a mayor acercamiento entre la música escolar y la comunidad, mejor posición ocupará la experiencia musical entre las prioridades culturales de los ciudadanos. Existe una cantidad considerable de buenas investigaciones que pueden esbozar un discurso coherente en defensa de la educación musical como vehículo idóneo hacia una educación integral, equilibrando la visión cognitiva de la música como generador de competencia intelectual y su dimensión estética como elemento de valoración de la cultura artística presente en el entorno sonoro.

Por otro lado, a través de las actividades musicales se desarrollan cualidades humanas como; la mirada creativa latente, el abordaje positivo de los problemas, la toma de decisiones y el juicio crítico. Estos planteamientos no están en oposición a la tarea de entrenar músicos-artistas en un área determinada del oficio musical, mas bien están en contrapeso.

El quehacer musical cuestiona y busca respuestas sensibles en favor de nuevas rutas de gestionar la vida. Por lo tanto, el ámbito de aprendizaje que supone la clase de música no puede esconder las relaciones de poder que se manifiestan en todas las sociedades y que nos impactan de forma muy cercana. ¿Todos los sonidos están en el pentagrama? ¿Por qué tengo que expresarme con siete notas si hay muchos sonidos que me rodean? ¿Por qué tengo que escuchar esta melodía a esta velocidad si la disfruto en una más rápida?  ¿Por qué la mejor música proviene de compositores muertos? ¿Por qué escucho lo que escucho? ¿Por qué prefiero cantar sin que el maestro me acompañe en el piano? ¿Por qué debo tocar el clarinete con la caña hacia abajo si me pica el labio? ¿Por qué hay que tocar la flauta de pico con la mano izquierda si soy derecho?

La reflexión intrínseca del arte musical dentro del ámbito educativo no debe incluir intenciones de rendir cuentas sobre sus actividades. Tristemente la institución escolar se esta moviendo peligrosamente en esa dirección. Por eso insisto en que la música no sirve para nada, pero se obtiene tanto que sus propuestas no deben ser el ceñirse simplemente a parámetros establecidos por el ser o por el parecer.