Música e infancia

Entrar en el mundo de los niños es un gran privilegio. Como docente de música por más de un cuarto de siglo puedo compartir que la alegría de sentirse aceptado en esa aventura infinita del juego como pasión no tiene comparación con otras satisfacciones. La fuerza que imprime el aprendizaje entre iguales cada día me confirma el concepto Vigoskiano del desarrollo próximo. ¿Quién sabe de antemano lo que sabe o no un niño? Llevaba mucha razón David J. Elliot cuando mencionaba en su libro Music Matters que se necesita mucha valentía para educar desde el alumno. Muchas veces las propuestas musicales de los estudiantes resultan la mar de interesantes comparadas con las ofertas que les podríamos hacer en el ámbito escolar. La clave está en que podamos proveerles herramientas para que esa creatividad y confianza se fortalezcan cada día más y olvidarnos del aspecto critico de la música con la que fuimos educados. Aspectos como la falta de entonación, las limitaciones rítmicas o la falta de vocabulario son oportunidades y no defectos que corregir. En todo caso, y como especialistas en pedagogía musical, son características que debemos mantener en forma. Lo primordial es que un niño aprenda a disfrutar, amar la música desde sus esencias. Pongamos extrema atención en las rítmicas, los temas, las combinaciones entre voz hablada y cantada que nos regalan nuestros niños y niñas y luego contribuyamos para que se vayan nutriendo con otras propuestas imaginativas y musicalmente más complejas. No a modo de corrección sino como contribución del maestro que acompaña en el aprendizaje.

Comencemos por la canción de infancia que, aunque ha evolucionado mucho en nuestras latitudes, la mayoría de nuestros referentes provienen de nuestra infancia de lugar o del repertorio del Romancero español que nos llegó a través de nuestros padres, madres, abuelas o de maestras muy comprometidas durante nuestra educación primaria. Su función recreativa y lúdica superaba las estéticas seguramente. Dentro de esta colección podríamos mencionar Arroz con leche, Asserrín, aserrán, La pájara pinta, Mambrú, La cojita o Las tres hojitas. Posiblemente muchos se identifican con la situación de que su oferta como docente de música tiene que ver más con esta etapa que con sus estudios de formación profesional.

Por otro lado, no siempre la canción de imaginación infantil tiene que ser cantada. También puede ser jugada y disfrutada con el objetivo de adquirir nuevas imágenes, vocabulario y vaya usted a saber que más. Una buena recomendación en esa dirección sería explorar las canciones infantiles de Liuba María Hevia, María Elena Walsh, Julio Brum, Cántaro o Amparo Ochoa. Ciertamente, el balance entre lo que el niño trae a la sala de clases en su relación con la sociedad y la oferta que pueda hacer el docente no debe estar ajeno al criterio del maestro cuando ha de escoger las canciones de género infantil o escolar para la clase. Por lo pronto es propio establecer que el repertorio de canciones debe estar alineado a los intereses motivacionales, vivencias, posibilidades técnicas y tecnológicas del que las recibe en contraposición a las apropiaciones musicales que el niño adquiere fuera del ámbito escolar.

En las próximas reflexiones y planificaciones indagaremos sobre la canción escolar para la paz, para el pensamiento crítico y como propuesta contra-mediática.