El maestro de música como modelo de libertad: la trampa de la evaluación

III

Tanto la evaluación para cumplir requisitos institucionales como la eliminación del curso de música como criterio de puntaje para el promedio general de los estudiantes en las escuelas representan un gran obstáculo para la libertad de los procesos de aprendizaje en educación musical. Por lo tanto, es importante conocer las fronteras que separan las funciones institucionalizadas y el espacio de acción pedagógica en control del docente. El lenguaje de los procedimientos de evaluación y medición promovidos por los gobiernos e impuestos por las autoridades escolares no debe estar ajeno al criterio del maestro. Mejor dicho, hay que conocer la regla para después adaptarla, modificarla, cambiarla o descartarla.  Desde una mirada internacional, un paseo lector por el libro: Globalización, posmodernidad y educación. La calidad como coartada neoliberal, publicado por La Universidad Internacional de Andalucía, podría descubrir movimientos muy bien planificados en contra de la educación humanizada, lo que interfiere directamente con la educación por el arte. Una vez enterados de nuestra posición en torno a la educación y su función social, nuestra misión como educadores musicales se iluminará. En principio hay que estar convencidos de que la música no es igual a las demás materias y que sus dimensiones sobrepasan los límites de cualquier otro conocimiento, asumiendo toda la carga de controversias que esta afirmación implique. La trampa de la evaluación bajo el concepto deshumanizante de la educación promovida por los mercados internacionales estriba en ceñirse específicamente a los contenidos. Cuantas veces tendremos que escuchar a nuestros pares decir que debemos evaluar el hecho y no a circunstancias particulares. Una respuesta contundente sería que, sin el toque de la emoción, la percepción del entorno, la fuerza de la expresión o la sensación de plenitud que implica el aprender, la relación del alumno con la escuela sería disfuncional. Debemos postular que la experiencia de las artes musicales en la educación como proceso, no se acerca necesariamente al impacto del producto artístico del estudiante-músico.

La evaluación y la medición del hecho pedagógico-musical no puede desligarse del cúmulo de factores sociales, psicológicos y cognitivos que circundan el encuentro con los procesos pedagógicos artísticos. Sin olvidar que el hacer arte musical es la gestión principal para fortalecer la experiencia en el aula.

La música implica fluidez, continuidad, sentido de salud, misión y proyecto de vida (López-León, 2015). Un quehacer que promociona la autorrealización desde la complejidad de las relaciones humanas.  Para ello, el maestro de música establecerá los parámetros de acción de actividades que provoquen participación y cooperación. Luego, en un balance de la consistencia en la participación se le requerirá al estudiante una autoevaluación de su esfuerzo y sus recomendaciones de mejora en vías del producto. El no ser parte no es una opción en la dinámica de la clase (salvando situaciones especiales). El nivel de ejecución musical como la calidad actitudinal claro que serán criterios que el maestro tomará en cuenta a la hora de asignar un número o una nota y así cumplir con el simplismo de la evaluación requerida por la administración. La música es un sujeto que se moldea según su gestor y sus condiciones individuales y sociales. El discurso generalizado de que no se pueden evaluar aspectos humanos fuera de las destrezas propias de la materia no nos aplica. La inclusión de los valores y las emociones significa una opción para que el oyente reciba el conocimiento haciendo acopio de sus capacidades interpretativas por encima de las racionales; es ahí la importancia de la música como medio directo hacia una experiencia concreta de comprensión y discernimiento (Aróstegui, 2008).

Esta recomendación no implica relevar del acto de aprendizaje musical los contenidos propios de la materia. El rigor en la construcción del instrumento a través de los juicios de evaluación del proceso debe ser inversamente proporcional a las destrezas musicales propias de la madurez cognitiva del educando: una pobre formación musical no podrá hacer un uso eficaz de una adecuada formulación de criterios en la autoevaluación del estudiante y, por consiguiente, la guía del maestro. Después de todo, la evaluación educativa es un instrumento más para calibrar la capacidad de mejora continua (personal y colectiva). Su función es informar de dónde partimos, por dónde vamos y a dónde queremos llegar con ese conocimiento.