No siempre está "muy bien": el error como oportunidad en la clase de música.

Recientemente fui testigo de una sesión de grabación en la que todos los músicos involucrados intercambiaban ideas y pareceres con un grado de afecto muy brillante. Irremediablemente hice la comparación con un salón de clase y la relación que debe tener el maestro con sus alumnos en todas las etapas del transcurso de la enseñanza-aprendizaje. Tradicionalmente, el maestro prejuzga que los estudiantes están por debajo de los contenidos que impartirá y que necesitan de su intervención inequívoca para salir adelante. En la actualidad, las tecnologías y los medios de comunicación masiva disparan información al instante y relegan la docencia. Un maestro de nuestros tiempos no despliega puramente datos, sino que provoca el gusto por el conocimiento a través de experiencias enriquecedoras. Esto se manifiesta en la capacidad de transmitir eficientemente la riqueza del aprendizaje. En el caso de la enseñanza de la música, la repetición sin son reina como la estrategia indiscutible para alcanzar los resultados esperados. Luego se adjudica una letra en el expediente académico que envía un mensaje de aprovechamiento al estudiante y a las autoridades educativas que no necesariamente alberga el nivel de esfuerzo que se gestó en el aula. Sin duda esta práctica en la evaluación escolar reclama de una metamorfosis. Cambiar el concepto de calificación a través de letras o números implica enriquecer nuestra manera de comunicar la evolución del aprendiz con un discurso más personal y humano.

Simplemente la clave de muchas situaciones escolares y cotidianas se reducen al uso del lenguaje. Las palabras que se escogen y la forma en que se ordenan tiene un gran impacto en la respuesta de los estudiantes ante los retos que se les proponen. Esto sin rehuir de la responsabilidad de mantener la credibilidad de nuestro criterio haciendo un uso excesivo del refuerzo positivo (vas bien, muy bien, todo bien, perfecto etc.)

Es tiempo de deliberar y promover variaciones en las prácticas de evaluar el rendimiento educativo. Ciertamente, ir prescindiendo del sistema de calificaciones actual es un gran desafío. Sin embargo, haciendo pequeños ajustes en la sala de clases los estudiantes podrían guiarce hacia avances importantes en su educación. Comencemos con las palabras que emplearemos para comunicar aprendizaje.

Por ejemplo: los problemas se convertirán en retos y oportunidades y el juicio con crítica destructiva se transformará en retroalimentación constructiva. En vez de citar lo que está mal se propondrán otras maneras de intentar y si el estudiante le pregunta que nota sacó se le contestará ¿qué tu aprendiste? Por otro lado, no se promoverá las letras de calificación como niveles y en cambo se utilizarán grados de domino basados en una línea del tiempo que se trazará según el progreso individual y no en comparación con los demás.

El Sistema de calificación por letras o monosílabos (pasa, no pasa, etc.) es pasivo y prejuiciado. Mantenerlo es utilizar un lenguaje que se enfoca meramente en el error. Minimizar el trabajo realizado en clase a una nota reduce el valor del esfuerzo. Una vez comencemos a hacer modificaciones en la forma de comunicar y enriquecer el vocabulario positivo y empático en la forma de evaluar el cambio en el sistema de calificación será evidentemente el próximo paso.