Educación musical y movimiento corporal: Dos caras de la misma moneda

La enseñanza integrada del movimiento corporal y educación musical es menos relevante que otros recursos para guiar la experiencia sonora. Así lo muestran investigaciones que he realizado en mi país y en el exterior. También, a través de la interacción con colegas en diversos contextos culturales, en la observación de clases, como guía de talleres y como participante de cursos de expresión corporal relacionados o no con la música he podido corroborarlo. Esta actividad tan promovida en las metodologías más relevantes en la formación del músico-maestro (Dalcroze, Willems, Orff…) no alcanza más que un “a veces” cuando se indaga en las prácticas cotidianas de la enseñanza musical en la escuela. La tendencia apunta a que predomina la educación vocal e instrumental sobre otros contenidos y actividades musicales. Este ofrecimiento áulico de la música incluso se pone por encima de la escucha atenta de la música por la relación directa con el movimiento corporal. Sin duda, la arraigada tradición de que la educación musical instrumental es el medio para proveer, con exclusividad, la experiencia musical de los alumnos todavía ronda. Además, en el plano profesional, el maestro de música se autodenomina educador presumiendo que la tarea pedagógica queda supeditada a su condición como intérprete musical, lo que lo aleja de entre las actividades presentes que caracterizan esta materia en la educación musical escolar internacionalmente.

Generalmente, la integración del movimiento corporal en las clases de educación física y estudios sociales está más relacionada que con la clase de música. Esto está en consonancia con Torre, Palomares, Castellano & Pérez (2007), quienes añaden que, dado el escaso entrenamiento en el área de expresión corporal que reciben en su formación, los docentes tienden a reducir las actividades relacionadas con la utilización del cuerpo como vehículo de desarrollo cognitivo. Fitch (2018) considera en el libro, The origins of musicality, que el separar nuestra capacidad por la danza como componente de la musicalidad humana es una gran injusticia. Específicamente en ámbitos de discusión desde la neurociencia y la cognición de la música. Este autor considera que la música y el movimiento son una sola cosa dentro de la interacción humana. 

En muchas culturas el cuerpo se separa de la salud mental dando lugar a estereotipos de género y moralidad que limitan su empleo como medio vital de educarse. Es bastante común observar entre la comunidad docente la poca disponibilidad a descalzarse o limitarse en ejercicios corporales influenciados por conceptualizaciones religiosas o de titubeo de identidades. Elementos psicológicos como; el manejo del error, el concepto de proceso, la definición de ideas sobre la fuerza, la precisión, la velocidad, la forma, el esfuerzo (espacio, tiempo y peso) entre otros son parte de los beneficios de la experiencia músico-corporal. Desde otra perspectiva, estudios sobre la biomecánica de la enseñanza de instrumentos musicales también ofrecen información relevante para el reconocimiento corporal como referencia técnica y pedagógica.

En resumen, la expresión corporal, con todas sus acepciones, proponen para la educación musical y la interpretación sonora el reconocimiento, la concienciación, la exploración y la eventual expresión de las capacidades corpóreas como; los movimientos de dirección, intensidad, proximidad, lejanía, simpleza o complejidad musical que el punto de partida de la valoración educativa de la música también se aprecie desde el cuerpo.