Música y educación: la ruta del bienvivir

Siento que el valor de la música se encuentra en las experiencias humanas que estuvieron involucradas en su creación. ¿Existe una diferencia entre la música de ocasión y la que intensifica la conciencia humana, entre la música que simplemente se posee y la que sirve para existir? - John Blacking, How Musical is the man?

  La música y la educación han estado ligadas al quehacer humano desde tiempos sin tiempo. Ciertamente la música representa un quehacer humano difícil de sustituir como medio de expresión (Blacking, 1976). Por otro lado, también tiene la capacidad de transformar, manipular y convencer a las masas de que existen diferencias valorativas entre los seres humanos. La experiencia en este quehacer establece fronteras y categorías subculturales que a veces superan la individualidad humana.  ¿Cuántas veces escuchamos propuestas musicales que nos transportan al pasado y nos devuelven momentos (buenos o malos) que nos provocan reflexión, anhelo, nostalgia o en algunos casos rechazo y sublimación ante las realidades que se nos revelan? Esa fuerza que nos imprime nuestras músicas vividas, bailadas o escuchadas es más grande que nuestra voluntad de hacer o no hacer. Las emociones que las músicas nuestras pudieran provocar en los miembros de nuestra sociedad superan las barreras antireflexivas de prejuicios erigidos por las ideologías promovidas por el mercado que socaban e interrumpen la integración social en nuestros tiempos.  Una integración donde el dinero y el poder gobiernan la calidad de las interrelaciones y el advenimiento de las inequidades en el mundo. La gestión para contrarrestar esta situación se muestra muy débil en comparación con la plétora de recursos utilizados para afianzar la economía y la sociedad de mercado que nos va definiendo. No obstante, desde nuestras aulas podemos contribuir a contrarrestar esta tendencia global haciendo de la experiencia musical una fuente de poder existencial. Creemos un espacio donde se promueva el diálogo sonoro donde cada cual asuma una posición personal y colectiva. La solidaridad, el respeto, el humanismo, la dignidad, el amor… son valores que la mayoría de los seres humanos han elogiado por mucho tiempo. Por lo tanto, el cantar solo o acompañado, realizar coreografías sencillas retando las posibilidades del cuerpo, experimentar con la voz, compartir la ejecución de instrumentos musicales u objetos sonoros, participar de diversas actividades escolares o sociales, componer muestras musicales de ocasión o de intención, entre otras tantas, forman nuestro carácter lejos de la neutralidad de criterio que la sociedad moderna promueve a través de los medios. Nuestros cursos deben fomentar la cooperación y el humanismo como valores esenciales y fortalecedores de una sociedad en constante movimiento e involucramiento en la gestión por el otro.  

La participación se enseña. Qué mejor ocasión de realizar actividades musicales para promover esa necesidad de pertenecer, de ser empático, de compartir saberes y conocimientos en etapas tempranas de nuestra vida.  Solo así podemos ir formando un ser humano que no tema a la exposición personal, al desnudo de su voz ni al error en su ejecución. La paz se construye acompañado y dirigiendo esfuerzos hace el mismo punto cardinal. La música nos regala la ruta.