Aprender a gritar es parte de la educación musical
La invisibilidad de los seres humanos se ha convertido en una característica demasiado tolerada en las nuevas sociedades. Por tal razón, el grito sigue siendo una de las opciones para hacerse sentir y acentuar la presencia. Ciertamente, la acepción del grito como acción violenta o como preámbulo de una agresión no es parte de nuestro discurso. Más bien, nuestra intención es deconstruir el concepto del grito como una acción negativa en todas sus dimensiones. A veces se pierde información muy valiosa y pertinente cuando el volumen de la expresión aturde los oídos que no han sido entrenados para decodificar el mensaje antes bloquear el canal de comunicación.
Los educadores musicales utilizamos el sonido como materia prima de la formación integral que proponemos. A través de la experiencia musical se aprende a cantar y a hablar con fluidez y ritmo estableciendo las características de similitud y diferencia entre ambas vocalizaciones. Estableciendo la composición, la ejecución y la apreciación sonora dentro de los parámetros de los vaivenes de la intensidad o el volumen. Por otro lado, el susurro ejemplifica otra cualidad tímbrica de la voz que necesariamente se lleva a cabo dentro de una cualidad casi imperceptible por el oído. Por el contrario, el grito se presenta como el contraste del susurro, pero con una carga adicional solo por el exceso de decibeles. Al grito se le atribuyen roles de género, elementos de poca educación e inestabilidad psicológica, falta de credibilidad, entre otros. Es muy común que el gritar se identifique como sinónimo de ruido. Sin embargo, si consideramos las palabras de Murray Schafer el silencio también puede ser un ruido o un sonido descontextualizado como mencionaría Pierre Schaeffer en su teoría acusmática.
Desde otros campos, investigaciones sobre el rendimiento deportivo apuntan a los beneficios del grito como fuente de energía y forma de concentrarla para aumentar la fuerza. Dentro de la psicología se suman estudios que recomiendan el grito como estrategia para liberar el estrés y desinflar conductas agresivas.
Para muchas de las disciplinas de artes marciales los gritos no son una acción involuntaria. En realidad, los kiai, como se les conoce, proporcionan diversidad de beneficios a los combatientes. Esta palabra comprende la armonización entre mente, espíritu y energía. Muchas de estas disciplinas usan kiai estableciendo diferencias en el sonido en que se concentran. Es decir, manipulan el sonido conscientemente.
Desde otra perspectiva, Brandon LaBelle en su libro; Sonic agency. Sound and emergent forms of resistance, invita a utilizar el sonido como gestión de cambio social. Es decir, proponer maneras sonoras de viabilizar los mensajes en contra de políticas gubernamentales que afectan a los gobernados. En esta dirección, recomienda formular un grito asertivo que comunique en el tiempo justo que el receptor tenga antes de refugiare en el volumen del discurso para bloquear el diálogo. Podríamos ofrecer como un ejemplo al genio del jazz y saxofonista John Coltrane cuando en una entrevista se refería sus improvisaciones prolongadas como el grito de su incomodidad antes las políticas racistas de la época en los Estados Unidos. Coltrane, quien concordaba con muchas de las acciones antirracistas de Malcom X, decía que la atención y el tiempo que los blancos no les daban a sus palabras lo recibía a través de sus improvisaciones. Otros géneros musicales como el rock metálico producto de las condiciones laborales de las clases obreras o la ópera como el coro de los esclavos judíos en Nabucco de Giuseppe Verdi han aportado opciones de gritos individuales y colectivos.
La educación musical de estos tiempos navega entre el balance creativo, interpretativo y de escucha consiente. En caso de peligro improvisamos un grito, si debemos mostrar nuestro descontento creamos un grito entre el silencio, el pianissimo y el fortissimo y en caso de escuchar un grito consideremos su mensaje antes de cerrar nuestros oídos. Sin olvidar que nuestra sensibilidad humana y nuestra dignidad establecen los límites.