¿Cuándo es suficiente, poco o demasiado? Siempre hay tiempo para la música en la escuela.

La presencia de la música en la escuela adopta varias formas según la ocasión o el contexto donde se gestiona. Esta relevancia también se transforma según la perspectiva de los actores que componen una comunidad escolar. Posiblemente la autoridad a cargo de la programación escolar piensa la música como un requisito del currículo del estado, un mal necesario o verdaderamente esta comprometida con la calidad de la educación que las buenas experiencias musicales proveen. Al mismo tiempo, los colegas podrían adoptar una actitud muy facilitadora u obstaculizadora de la tarea del docente a cargo de la clase de música. Ciertamente, es una situación con incontables posibilidades. Lo necesario es un educador musical consiente de su tarea y de su función como líder de los momentos musicales en la institución. Un profesional al tanto de la noción general de su servicio y de su forma de lidiar con ella. Me refiero a que en investigaciones sobre la percepción de colegas y familiares sobre la profesión del educador musical en muchos lugares del mundo resulta no tener una valoración aceptable dentro de la sociedad o institución educativa. Además, los resultados de otros estudios realizados insisten, aunque los encargados de los estudiantes estiman mejor la experiencia musical pero no lo suficiente como para apoyar todas las actividades que la educación musical escolar conlleva.

Se estima que el horario lectivo de la clase de música durante un semestre académico no sea menos que el 10% del tiempo estipulado para recibir todo el servicio educativo. Es decir, que si se establecen 100 días lectivos en 6 períodos diarios de clase el espacio separado para actividades musicales debe rondar las 60 horas mínimo. Son muchos los hallazgos en la literatura profesional que confirman que la educación musical escolar en varios países en efecto no cuentan con esa cuota. Las principales razones para que este alumnado no reciba educación musical en las aulas durante todo el curso están relacionadas con la aplicación de directrices emanadas desde la administración central, así́ como por la falta de profesorado que atienda toda la carga docente de la materia en el sistema público de enseñanza.

Esta situación sería en parte corregida aumentando la participación más activa y democrática de los docentes de educación pública en las esferas de decisión y gestión administrativa. Por ejemplo, los maestros podrían promover la experimentación con nuevos modelos de organización escolar que mejoraran la posición de la música en el horario lectivo de la escuela, tradicionalmente distribuido de una manera fija o en bloques. Como líder educativo, el docente-músico podría mostrar su disponibilidad para apoyar a los docentes de cualquier grado o materia recomendando actividades musicales pertinentes que, hasta cierto punto, beneficien en la educación musical de los alumnos con exposición deficiente a la experiencia musical escolar. Para mencionar una idea de las canciones que podría aprender y cantar un estudiante de kínder a segundo grado si se concretan estas colaboraciones interdisciplinarias podríamos hablar de un centenar en un año académico. Por otro lado, el repertorio de música utilizada en el día de juegos, graduaciones, excursiones, proyectos STEAM y demás oportunidades de experimentación musical pueden estar a cargo del programa de educación musical de la institución. De forma tajante, no propongo aumentar el trabajo del educador musical sino ofrecer opciones para no alejarse de la misión y evitar ser objeto de confusión de deberes por parte de la administración escolar al momento de adjudicar responsabilidades laborales. También, seria una estrategia de educación para pares. La opción no es complementar la dedicación horaria de la música en una franja extracurricular, sino integrarla en todos los cursos y dinámicas que converjan en la escuela, para beneficio de cada uno de los estudiantes.