Cuando la música ofende: abordajes desde la educación musical.

 

Delimitar los contenidos para guiar un curso de música representa un gran dilema del docente en la actualidad. Tomarles el pulso a los estudiantes en cuanto a su consumo de música y escoger los mejores ejemplos para llevar a cabo los objetivos educativos se ha convertido en un verdadero problema a resolver, sin perder de vista la lucha desigual con la insistente oferta musical de los medios de distribución musical masiva y la facilidad con que se tiene acceso; un espacio macro-estructural muy bien ordenado para mutar entre la socialización física y virtual. Muchas de las encuestas de gustos musicales realizadas durante las pasadas décadas han ubicado a la música pop y la música urbana en la cúspide de las preferencias. Esta información ha provocado una gran cantidad de estudios desde la sociología y los estudios culturales dado el hecho de la carga de los mensajes asimétricos que disparan continuamente. Ciertamente, en muchos ejemplos las constantes discursivas aluden a temas sobre sexo, drogas, armas y una opulencia en el consumo muy alejada de una buena cantidad porcentual de los consumidores que toman como modelo de identidad cultural esta expresión musical. El no reconocer la complejidad cultural y social de esta situación pone en entredicho la capacidad de intervención efectiva de muchos sectores de la sociedad que apuestan a la censura como única forma de respuesta. Los que confiamos en una educación musical plena como modelo de libertad y reflexión no podemos caer en la trampa de lo funcional e inmediato como solución a estas situaciones de conflicto que nos afectan directamente. Más bien deberíamos dar paso a las expresiones musicales como productos diversos del manejo humano del sonido como ejemplos de identidad y creatividad.

Debemos reconocer que, como educadores musicales, poseemos un entrenamiento de análisis de propuestas sonoras que, aunque con diversa interpretación, están concienciadas y mediadas por la misión educativa que nos compete. Como respuesta inicial podría proponer que la misma música nos ofrezca los códigos necesarios para su interpretación desde la deconstrucción de elementos como el ritmo, el timbre, la melodía, la forma, la manipulación sonora, entre otras.

Utilizar el concepto de la ofensa como único criterio para rechazar o tolerar en el entorno escolar ciertas músicas de consumo general podría resultar en desaprovechar una oportunidad de apertura en la comunicación con los alumnos.

El sentirse ofendido tiene razones muy personales que habría que auscultar. Primero hay que pensarse aludido para darle propósito a alguna reacción que tenga como objetivo alguna forma de defensa. El experimentar el sentimiento ofensivo tiene raíces culturales, políticas, ideológicas, psicológicas y hasta económicas. Si abordamos este sentimiento desde la música en podríamos aportar información durante la formación escolar con un grado de relevancia mayor al generado en círculos de educación informal. ¿Por qué no propiciar el diálogo entre toda la comunidad escolar en torno a asumir una posición? ¿Por qué debemos escuchar o no una u otra música? ¿Cuales son las razones?  Los cursos de artes del lenguaje, los estudios sociales, las ciencias naturales, salud, educación física serían una gran plataforma junto a las demás artes para potenciar respuestas que al final reafirmarán la capacidad de la música como un comportamiento inherente al ser humano. La lucha con la música de consumo siempre ha sido un aliciente muy importante para la búsqueda incesante en el cúmulo de músicas locales e internacionales como fuente de ofrecimientos musicales para nuestros cursos por la música. En el mejor de los casos ese será el agente regulador de las decisiones que tomarán nuestros estudiantes en torno a sus gustos para el consumo y disfrute musical.