Educación musical responsable: ¿Maestro bueno o buen maestro?

No es la primera vez en la historia que se imponen paradigmas sobre la enseñanza/aprendizaje desde la academia o desde los gobiernos. En su momento las inteligencias múltiples de Howard Gardner, el método Lancaster, la organización multigrado y el método Montessori ocupaban las primeras planas. Por ahora, la educación basada en proyectos, las didácticas abiertas, el currículo invertido y el desarrollo de la inteligencia emocional, entre otras modas, se categorizan entre los favoritos. La decisión sobre qué caminos escoger para lograr los objetivos trazados siempre estará en manos del educador, pero la particularidad en estos momentos es que demasiados actores de la sociedad están utilizando ideas fragmentadas y en muchos casos, carentes de investigación científica para hacer exigencias en torno a contenidos y estilos de enseñanza. Parecería que existen más expertos autodidactas que profesionales de la educación. Inclusive, en muchas situaciones académicas, el criterio legal se antepone al educativo. Pero de lo que estamos seguros es que nuestra labor es la de preparar al ser humano para la sana convivencia, aún cuando haya diferencias en el manejo de la información con la que contamos.

  La música en su gestión educativa ofrece un mar de oportunidades experienciales para desarrollar el objetivo de conjunto al cual aspira una sociedad integrada por educados. Podemos estar de acuerdo en que los modelos de experiencia lúdica, motivación, equidad y algunos otros pueden tomarse como principios pedagógicos dados (ya nos hemos expresado sobre ello anteriormente), pero los contenidos de cada materia deben ser expuestos de manera que los estudiantes los aprendan, claudicar a esto es inaceptable. Obviamente, concordamos con que los niños y niñas vayan felices a su escuela, estén cómodos, dentro de lo posible, socialicen y empaticen. Pero estas condiciones no pueden ser en oposición a las exigencias que implica el aprendizaje de los conceptos y capacidades de la materia musical. Dice Alberto Royo en su libro La sociedad gaseosa que no puede haber aprendizaje sin algún tipo de esfuerzo. Por lo tanto, no debe sorprender que el docente ubique al alumno fuera de la zona de comodidad en muchas instancias del ejercicio educativo. Después de todo, la tarea docente implica la identificación de ignorancias y erradicarlas de modo que se aprenda a manejar la información desde el contraste. Este fenómeno cada día se torna más conflictivo por el grado de disgusto que puede generar en el alumnado. Es en esta coyuntura que llamo la atención al profesorado que prefiere anteponer la afectividad con la de su responsabilidad académica (maestro bueno).

En la propuesta didáctica de la música se requieren ciertas actitudes y disposiciones que deben ser satisfechas por lo que pudiera recibir algún tipo de resistencia. El reto está en el poder de convencimiento que tenga el profesor para lograr el interés por la música por ofrecer la oportunidad de cultivar la voz propia.  El desarrollo de la escucha atenta es parte medular de la gestión docente-musical. Esta destreza requiere de un tiempo dedicado al silencio que debe ser ampliado periódicamente. El profesor es responsable que eso suceda, sin excluir la excepciones, pero comprometido con su labor profesional y artística (buen maestro).

El docente debe establecer el perfil musical que cada estudiante debe demostrar razonablemente en contraste con las capacidades previas a experimentar las clases. Estrategias como la memorización de canciones, melodías o armonías, la identificación auditiva, la repetición de melodías y ritmos, entre otros no ocupan ninguna lista de lo prohibido. No hay que temerle a ninguna práctica didáctica, lo importante es estar abierto a cambiarlas si no funcionaran en el contexto aplicado.

Por otro lado, no hay mejor seguridad que conocer a fondo la materia que se imparte y representar un modelo para los educandos. Sencillamente no puede haber un maestro de música de instrumento musical desconocido. Jamás le toleraríamos a un colega enseñante de matemática que no sepa sumar ni a uno de lenguaje desconocer a profundidad la gramática. Esto supone un decente que cada día se perfeccionen las destrezas musicales inherentes a un maestro de música competente. Indiscutiblemente, el profesor no puede evitar el grado de responsabilidad que le atañe en el éxito de sus estudiantes. Pero la parte delegada a cada estudiante en el proceso de formación musical no puede perder su protagonismo tampoco. Si un curso de música en la escuela (primaria o secundaria) requiere de alumnos que canten, ejecuten con instrumentos musicales, demuestren profundidad en su escucha o decodifiquen símbolos musicales, su esfuerzo será tomado en cuenta como uno de los factores principales para basar el criterio sobre su domino musical. En caso de que existan otras premisas sobre un ser educado musicalmente, igual debe demostrarlo. Conozco muy de cerca las consecuencias de calificar en música con puntajes menores a las demás materias. Pero en eso estriba la diferencia, hay que defender la postura de que sin educación musical no hay educación completa y de que su importancia ocupa el mismo estante que las demás. Pregunto; ¿Dónde nos queremos ubicar?