Enseñar música desde el amor en tiempos complicados

No es difícil rendirse ante los acontecimientos que están ocupando a todo el mundo en estos momentos. En nuestras latitudes, Brasil, Ecuador, Haití y, últimamente Chile, entre otros, sobreviven sus luchas con la fuerza que la solidaridad les proporciona. Un valor que junta voluntades y donde su gestión está matizada y, casi regulada, por la música que provoca el instante vivido. La historia nos ha mostrado que tanto al inicio como en el epílogo de las circunstancias difíciles que se gestan en escenarios individuales o colectivos la música sostiene, guía y recuerda que la vida tiene sus crescendos y diminuendos con sus accelerandos y ritardandos. Es decir, no siempre el pulso es estable ni la intensidad sonora tampoco. Por lo tanto, hay que ajustar nuestra agenda académica a la realidad que vivimos. Uno de los ejemplos más conocidos de atemperar el ofrecimiento músico-docente a tiempos complejos lo presentó Shinichi Suzuki en el libro Hacia la música por amor luego ser testigo de la crueldad de la Segunda Guerra Mundial en donde su natal Japón llevó una de las peores partes. Su propuesta expone su visión y relevancia de la educación musical desde una perspectiva sanadora a través del desarrollo del carácter. Es lamentable que se enfatice tanto en los beneficios técnicos de los aprendices de violín y en menos escala la riqueza del método en la experiencia compartida de la enseñanza-aprendizaje de la música. Por esa razón, quiero insistir en la experiencia que vincula, que emociona, que conecta los seres humanos en un propósito común. Sin duda, el amor reúne todas esas características tan necesarias para evitar las divisiones que las circunstancias actuales provocan.

El maestro Suzuki proponía ir hacia la música por amor, pero en un ajuste semántico planteo que, en nuestro cometido educativo, el derecho a la experiencia emotiva de la música debe tomar prioridad desde el amor. Es decir, enfocar nuestros esfuerzos en fortalecer los contextos que nos unen y no los que nos dividen. En su momento dado, la canción contestataria ocupaba los contenidos de una educación musical iluminadora, capaz de levantar las más altas pasiones. Pero también polarizaba por diferentes razones. Considero que este efecto dispersivo se debe evitar a toda costa en el ambiente que nos habita actualmente. Los poderes mediáticos tienen una magnitud de influencia sobre la opinión pública que solo la empatía con los desprotegidos podría mediatizarla. La música posee recursos ilimitados para provocar sentimientos inefables. La canción Solo le pido a Dios del argentino León Gieco, La misa campesina del nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy o El pueblo unido jamás será vencido del grupo chileno Quilapayún son ejemplos de la época en que la música debía convocar a la militancia defensiva de un enemigo opresor al que había que vencer. Ahora, esas mismas canciones nos recuerdan las batallas logradas pero su dimensión se expande ante un fantasma que nos posee y que debemos de combatir desde adentro.  Esta vez el racismo, la pobreza, la emigración, la precariedad ciudadana, la búsqueda de la salud mental, física y espiritual, entre otras desdichas nos convocan a una unión protectora. En esa dirección, la belleza de las melodías, la hermosura de la poesía en las canciones y la experiencia de la creación instrumental o vocal deben provocar el amor a través del compartir en el ejercicio musical. En la escuela primaria, las canciones de la cantante cubana Liuba María Hevia, las argentinas Mariana Baggio y María Elena Walsh, la española Rosalía Mowgli o los poemas de la poetisa puertorriqueña Isabelita Freire pueden cumplir el propósito del amor por la imaginación y la magia del sorprenderse. En el área instrumental, hacer música manipulando sonidos de la naturaleza o con útiles sonoros podría evocar momentos inolvidables en los niños.  Ya en grados secundarios, arreglos vocales de canciones como Solo el amor de Silvio Rodríguez, Imagine de John Lennon, En mi viejo San Juan de Noel Estrada para introducir el tema migratorio o Lamento borincano de Rafael Hernández en asuntos de desigualdad laboral tendrían la voluntad de, al menos, preocuparse por la situación del otro.  Miremos la canción para nuestros estudiantes como pretexto para develarle la misión como planetarios de preservarse unidos.